jueves, 19 de marzo de 2009

Eat me


Puede que sea un problema de apetitos, apetencias. O puede que tan solo sea la primavera que invita a caminar sin medias por las cornisas. Ayer leí un cuento y se me han quedado pegadas sus palabras.

"Hay un tipo de belleza - una belleza rara, nada canónica - que crea cierto vacío a su alrededor y hay gente que siente una potente atracción por ese vacío. Él había pertenecido a ese grupo de gente. Cuando quiso recuperarse se encontró pensando - una estúpida defensa universitaria - que las personas eran como las civilizaciones, que todas tienen su período de esplendor. (...) Pensó que esa época de esplendor abarca en algunas personas ciertos años de su infancia y que en esos años parece que su destino ha de ser grandioso. Pero, luego, en la adolescencia, se apagan para siempre y nunca llegan a ser lo que parecía que iban a ser. Y que en cambio hay otras que participan de esa gloria - con una brillantez inusitada y torrencial - en su juventud: suelen quemarla como se queman las alas los insectos nocturnos al acercarse demasiado a la lámpara. Su vida acaba siendo la supervivencia de la sombra de lo que fueron."

Se lo leí a un buen amigo y me sugirió que dejara estas filias literarias en suspensión. Demasiada carne literaria, porque en este cuento la carne viene después y es de un color mortecino, pero dorado por el sol. Se titula Ecuador y lo firma José Carlos Llop. Lo leí en el autobús 146, apoyada en una columna. Creo que también lo leyó el chico que tenía detrás, porque no dejaba de sonreir culpablemente cuando le miraba por encima de mi hombro. Me gustó que se decidiera por mi libro y no por el periódico del señor de al lado. Una ficción (afección?) vespertina antes que la actualidad trasnochada. Los restos del día, para otra ocasión.

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